CRITERIO DEL VASCO NETO

Orixe, 1928

        El artículo siguiente, "Un tesoro que se pierde: moralidad y danzas públicas" es muy interesante en cuanto significa la sana orientanción de la revista y el recto criterio del vasco neto, que aún se mantiene, a pesar de ciertas prácticas exóticas y decadentes que empiezan a iniciarse. El articulista fustiga con valentía los bailes indecentes que hemos visto asomar y aun establecerse en público con gran detrimento de la honestidad, y aboga por la restauración de nuestra rica y brillante colección de bailes.

        "Estupor y asombro de todo un pueblo" significaba en verdad la primera audaz pareja procedente de esta villa o la otra capital, que bailaba allí por primera vez el agarrado. Eran las últimas fiestas anuales de nuestro pueblo. Para mayor impudor, dos jóvenes, mozas ellas de un pueblo algo lejano, con aires innovadores, se abrazaron al son del secularmente honesto txistu, como provocando a los honrados mozos. Bastó que la curiosidad de los espectadores aguzara sus ojos hacia la atrevida pareja femenina y preguntarse de dónde procedía para que ésta, terminada la tocata, se avergonzase de repetir el intento y aun de permanecer en la plaza.       

        Todavía hay pueblos, pocos desgraciadamente, cuyo criterio moral sano se ajusta en todo a su vida práctica en cuestión de danzas públicas. Otros, bastantes todavía, a pesar de que su práctica no concuerda con su tesón, reconocen la superioridad de este criterio y lo proclaman, y mientras lo proclaman no es imposible que vuelvan a practicarlo. Pero cuando ya el mismo criterio es el que se pierde, como empezamos a verlo, no se piensa en retractarlo y, por consiguente, mucho menos en cortar la costumbre abusiva. Rancio se llama al que así discurre, según los principios de la sana moral. Aun en el criterio pervertido de hoy, parece bien que un acto semejante ejecutado en la calle pública sea castigado por la autoridad. ¿Pues en qué seso cabe legalizar la misma acción indecorosa en eso que se llama baile? Se acude al eterno estribillo de "la costumbre", de la mala costumbre, que, por arte de esos moralistas, queda convertida en buena ley.